The Bad Son

Las ciudades deshabitadas han colmado incontables historias de terror. La incertidumbre de si realmente estamos totalmente solos o la indefensión de estar perdidos y no saber dónde ni a quién acudir son solo algunas de las incómodas sensaciones que nos transmiten. De la misma manera, las amenazas tangibles comportan un peligro real y, a todas luces, inminente; pero, al final, para transmitir miedo no hay nada como desconocer qué depara el próximo paso que damos.

En el caso de The Bad Son, un título con firma española de mano de Víctor Atobas como único desarrollador, nos trasladamos a Derrigtown, un pueblo al que llegamos por casualidad y en el que cuyos habitantes viven atemorizados bajo la invisible mano de Malachai, un joven que ha sembrado el terror allá por donde ha pasado.

Salir de Derrigton no será tarea fácil, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad de amenazas sueltas por sus calles, así como la inexperiencia y, en cierta manera, inocencia de nuestro protagonista.

Del campo a la tumba

Un campo de maíz que se extiende hasta más allá de donde alcanza la vista es la carta de presentación de este The Bad Son. Aunque este hecho ya deje entrever alguna de sus inspiraciones, no es lo único, puesto que el nombre de Malachai ya nos suena a uno de esos niños que vivían a base de unos pequeños granos amarillos bajo una suerte de dictadura que ellos mismos impusieron, tal y como sucede en el juego que nos ocupa.

Sin embargo, al dejar atrás la zona más campestre, en la ciudad no hay ni rastro de mazorcas. La tierra deja paso al más duro asfalto y a un entorno, aunque sin niebla, muy lúgubre, en el que se nota que los rayos del sol no se prodigan demasiado; probablemente, por tener poco de suelo sagrado. Además, las laberínticas calles dan pie a la desorientación, del mismo modo que los enemigos escondidos tras cada esquina harán del todo imposible que el paseo por Derrigtown sea un momento distendido.

A todas estas referencias se suman pequeñas dosis de humor que, en ocasiones, sobrepasan la caricatura y que a su vez, para bien o para mal, suponen un alto en el camino de la tensión constante del juego. Maestros que han excedido holgadamente el límite de su motivación por enseñar o jefes de policía corruptos como animales son solo algunos ejemplos de la singular sátira de The Bad Son.

Una de cal y otra de arena

Haciendo gala de un estilo pixel art que tanto resalta las historias hoy en día, The Bad Son consigue transmitir las emociones típicas de un videojuego de terror. Algo que también consigue al hacernos rememorar la clásica película Los chicos del maíz y, por ende, saber de lo que puede ser capaz un grupo de jóvenes con las ideas demasiado claras en cuanto a la organización del orden social.

Sin embargo, la presencia de una suerte de enfrentamientos en forma de juego al gato y al ratón nos tendrá en vilo, quizá, más tiempo de la cuenta a causa de la rapidez de los enemigos y su repercusión sobre la persecución. Un aspecto que nos obligará a esprintar más de una vez, lo que conlleva acumular cansancio en un protagonista desconcertado y, en ocasiones, perder el control de la situación.

Sin escapatoria

Al más puro y terrorífico estilo de títulos de la década de los 80 y los 90, The Bad Son se atreve a ofrecernos una atmósfera asfixiante y donde un paso en falso puede suponer el fin de la partida. Con toques de algunas obras que distan de estar centradas en el miedo, el presente juego toma como referencia la vida real y la exagera hasta desear no toparnos con una situación de ese calibre al girar la esquina. Sin embargo, ¿quién puede afirmar que el día a día es algo tranquilo y relajado?

El entorno es una pieza clave en nuestro desarrollo, del mismo modo que el contexto histórico también condiciona nuestro rumbo en la vida. El barrio, las amistades y la familia son solo algunas de las cosas que pueden llegar a marcarnos para siempre. Por eso, The Bad Son comparte un ambiente maldito en el que unos jóvenes con ideas radicales piensan pasar por encima de todo y todos para conseguir su propósito. Y, le guste a nuestro protagonista o no, es algo inevitable.

Estas impresiones han sido realizadas gracias a una clave digital de PC facilitada por Víctor Atobas.

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