Super Meat Boy Forever

Insistir o ser pesado es la diferencia entre triunfar o fracasar. Al fin y al cabo, dentro de cualquier estrategia para conseguir algo, es menester persistir, resistir y no desistir. Y aunque a veces el fracaso parezca inevitable, tenemos que hacer del mismo una herramienta para el éxito. Desde su lanzamiento en 2010, Super Meat Boy ha cosechado un gran éxito y popularidad entre la comunidad de jugadores, lo cual ha generado una concienciación respecto a la inevitabilidad del fracaso, la muerte del ensayo y error, la técnica de aprendizaje más extendida y natural.

Con una dificultad diabólica que pone de manifiesto el desistimiento por parte del jugador, la gente del Team Meat consiguió revitalizar los plataformas desafiantes mediante una obra que parece un ejercicio de deconstrucción bastante agudo. Representa la locura y desesperación de haber perecido miles de veces, de aceptar que nosotros somos los culpables de la mayor parte de nuestros errores a los mandos. Una locura controlada con precisión milimétrica que ejemplifica la capacidad del espectáculo y el concepto de la verticalidad.

Sea como fuere, hay un dicho que dice que las locuras se repiten y que no se pierden en el olvido. Y si no, que se lo digan al estudio con sede en California, porque Super Meat Boy Forever es el epítome de la locura. Una aventura tan demencial como la obra original (nos atrevemos a decir que incluso más) y que no comete el error de fingir que esto es personal. 

Una picadora de carne incansable, una constante persecución

Por muchos es sabido que la industria de los videojuegos para dispositivos móviles mueve miles de millones de euros. Una industria con plataformas que se han convertido en una extensión de nuestro propio cuerpo, que concentra infinidad de tareas, y que está viviendo una época esplendorosa. No es una tarea baladí, ya que gracias a la participación de grandes desarrolladoras que están lanzando algunas de sus franquicias más icónicas, podemos contemplar una parte de este crecimiento tan acusado. Y quién dice lanzarlas, también dice adaptándolas, pues la dinámica de los auto-runner (y también endless run) es una de las más populares dentro de este mercado.

Super Meat Boy Forever

Ese tipo de juegos en los que nuestro personaje no para de moverse han ganado tanta popularidad que muchas franquicias han adoptado sus dinámicas, para bien y para mal. Empero, la secuela de uno de los plataformas más laureados de la historia ha llegado envuelta en polémica por introducir la dinámica antes nombrada. Debido al supuesto alarmismo, puede ser inevitable echarnos las manos a la cabeza, pues Super Meat Boy Forever plantea un cambio tan radical en lo jugable y algunas decisiones de diseño centradas en la verticalidad que probablemente no convenzan a muchos jugadores. 

Nada más hacernos a los mandos, nos sentiremos desnudos, dado que el miedo cobra mucho protagonismo al no tener el control de uno mismo, de nuestro trozo de carne. Después de todo, la necesidad de control es la tendencia de cualquier videojuego; es absolutamente fundamental tanto para nosotros mismos como para todos los elementos que nos rodean. Pero llegar al punto de perder completamente nuestra capacidad de deambulación y convertirnos en una marioneta a merced de la aventura que nos ocupa, del inconsciente colectivo, no es plato de buen gusto.

Un desafío carnoso hasta extremos temerarios

Ahora bien, si obras como Bit Trip Runner y algunas fases musicales de Rayman Origins/Legends buscan en realidad que el jugador se deje llevar por su desarrollo, por una dificultad progresiva y un sentido del ritmo, ¿por qué Super Meat Boy Forever ha escenificado tantas discrepancias ante el cariz que ha tomado? Porque en el fondo, tras esos trozos de carne de todos los colores alejados de su naturaleza como plataformas 2D clásico, se esconde una aventura terriblemente gratificante. Una que está centrada en dominar el ritmo en los momentos precisos para llevar a cabo saltos imposibles a la velocidad de la luz.

Super Meat Boy Forever

El desafío parece imposible y su sistema de niveles procedural añade mucha dificultad, pero es adictivo hasta decir basta. Podremos considerar a ese trozo de carne como un trastorno adictivo condicionado por un secuestro eminentemente neonatal a manos de un siniestro psicópata, pero seremos incapaces de soltar los mandos hasta ver la pantalla de créditos. Mas independientemente de que el título que tenemos entre manos vista otras galas y que la polémica que se ha cernido sobre este no sea un tema de poca importancia, también nos jura fidelidad eterna mediante una carta de amor.

Una carta tremendamente justa y satisfactoria, compuesta de píxeles y un derroche de personalidad marcado por una buena dirección artística, que causa que cualquier jugador produzca lágrimas que están compuestas de sangre, esas que hacen referencia a las dificultades surgidas en el transcurso de este descenso a los infiernos.

Este análisis ha sido realizado gracias a una copia digital facilitada por Plan of Attack.

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