Stick to the Plan

Dicen que, en ocasiones, una mirada basta para entenderse. El lenguaje verbal no es para nada la clave de las relaciones, de las de cualquier tipo, a pesar de que tendemos a creer que hablando se entiende la gente. Estamos muy acostumbrados a pensar que las palabras son el arma más poderosa con la que contamos, pero no siempre consiguen el efecto que deseamos. Porque un arma suele vincularse con conflictos; y los conflictos, a su vez, con dolor. 

De ahí que, a medida que se estrecha el lazo que nos une, cobre más repercusión el lenguaje no verbal y una suerte de intuición que eleva el grado de comprensión de quien tenemos delante. A veces, hasta tal punto que solo con ver a alguien somos capaces de asegurar su estado de ánimo con asombrosa exactitud. Por eso, simplemente con la expresividad que muestran unos ojos inocentes, podemos expresar y comprender emociones que nos costaría transmitir con palabras. Algo similar pasa con Stick to the Plan, el título de Dead Pixel Tales.

Especialmente porque nos ponemos en la piel de un protagonista que no puede hablar, al menos no en el sentido más literal de la palabra, así que, a primera vista, nos resulta imposible saber qué se le pasa por la cabeza a Roberto, el perrito protagonista que se embarca en una aventura de la que poco nos podemos oler.

Que vivan los palos

Por lo general, las obras protagonizadas por animales, especialmente si se trata de mascotas, están imbuidas de pureza, de nobleza y de una generosidad sin paragón. Porque ven la vida conforme es, sin pensamientos nocivos ni malas intenciones, y, en cierta manera, sin esperar nada a cambio. Y, sin ser ninguna excepción, fruto de esa inocencia surge el propósito de Roberto en la vida: recoger palos cuanto más largos mejor

Adentrándose de lleno en el género de los rompecabezas, Stick to the Plan cuenta con una distribución por niveles en la que recorremos diversos contextos de una ciudad cualquiera. En esta ocasión, el entorno no es protagonista, es un mero vehículo que acompaña al argumento de fondo. Empezando por el barrio y llegando a pisar la perrera o el vertedero, nuestro perrito se verá obligado, a causa de su afición, a superar obstáculos para llegar al final del nivel con su palo.

Y lo hace a través de unos escenarios 3D que se compaginan con unas adorables viñetas en las que Roberto abraza la doble dimensión a modo de transición entre los lugares en los que se desarrolla la historia. Porque existe una motivación de fondo, un hilo conductor que cobra todo el sentido del mundo cuando llegamos al último nivel del juego. No es coleccionar por coleccionar, por eso en Stick to the Plan no hay otros objetos que se puedan recoger aparte de palos.

Sin embargo, este elemento no resulta un estorbo. Nos impide alcanzar la meta tomando una línea recta, sí, pero lejos de suponer otro obstáculo más, el palo es nuestro compañero, una herramienta que ayuda a superar los puzles. Constituye, en esencia, una simbiosis en que ni el palo tiene relevancia por sí solo, ni el perrito acaba de estar completo sin este.

Seguiré el camino del perro

En los casi 70 niveles del juego, Dead Pixel Tales nos va poniendo a prueba con escenarios de dificultad variable. Ofreciendo nuevas trabas y barreras, Stick to the Plan es fiel a su mecánica de moverse, rotar y dejar y recoger el palo para adaptarnos al entorno, algo que facilita las cosas cuando el nivel nos desafía más de la cuenta con plataformas que nos impiden el paso o con la necesidad de accionar interruptores lejanos. 

Por este motivo, resulta un título accesible para todas las personas, especialmente para quienes no estén acostumbradas a este tipo de juegos. Y lo consigue como consecuencia de tener unos controles justos y de eliminar la presión que supone un contador de movimientos en cuanto a limitar nuestras acciones. Aparte, esta vertiente relacionada con la accesibilidad también se explota gracias a algunas opciones de personalización que resaltan tanto la silueta del personaje como la del palo de forma que aumentan su visibilidad.

Sin hacerse repetitivo, Stick to the Plan está lleno de incentivos para acompañar a Roberto hasta el fin de su aventura. Además, el camino no resulta frustrante, entre otras cosas por contar con una banda sonora acogedora, que nos deja espacio y tiempo para idear una estrategia que beneficie a nuestro peludo.

La felicidad al alcance de un guau

Una vez más, no hablar el mismo idioma –ni siquiera no hablar– no impide que expresemos sentimientos y forjemos relaciones que construyen nuestro espacio seguro al mismo tiempo que dan forma a nuestra vida. Compartir experiencias y, sobre todo, muestras de cariño consigue establecer conexiones relevantes incluso cuando nos referimos a un ser incapaz de hablar. Lejos de suponer un obstáculo, se convierte en una prueba de fuego para comprobar cuánto estamos dispuestos a dar y a intercambiar. No obstante, alcanzar a comprenderlo en profundidad conlleva esfuerzo. 

Es un modo de entender que la vida no solo se basa en querer hacer realidad ciegamente una meta, sino en disfrutar el camino en la medida de lo posible. En Stick to the Plan conocemos que lo importante es concentrarse en la meta y llegar hasta ella, pero eso también implica estar dispuestos a recorrer un largo camino.

A su manera, tener clara la dirección a seguir, independientemente de las vueltas que tengamos que dar, no hace sino reafirmar nuestra determinación y nuestro propósito en la vida, una enseñanza que aprendemos de Roberto y que mucha gente debería(mos) adoptar. Porque no está mal perseguir algo aunque sintamos que estemos caminando en círculos; no está mal aferrarnos a algo que nos hace genuinamente felices.

Este análisis ha sido realizado gracias a una clave digital de PC facilitada por Dead Pixel Tales.

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